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Manual del Sueño

El sueño es una criatura morada, tramposa y escurridiza. Adopta su color oscuro porque es hijo de la noche, aunque se amolda habilidosamente a cualquier hora del día. Reside en la cabeza, se acomoda bajo las cuencas de los ojos, acechando el momento menos oportuno para adueñarse del cuerpo del que es huésped, y se desliza entre los párpados hasta calarse en cada hueso. Es descarado y se manifiesta a través de bostezos en medio de clases de todo tipo, aburridas o extraordinarias, como un niño caprichoso que quiere acaparar toda la atención. No tiene preferencia de edades, géneros, profesiones o razas, se disfraza de parásito y a todos nos desgasta. Es tan torpe y brusco como sigiloso y delicado, compinche de las madrugadas y enemigo a muerte del agua fría. Se hace grande como el cielo y se envuelve en cada centímetro de la piel, como una manta que abraza cada célula, adormeciendo cada pensamiento. Se sienta sobre el hombro derecho y susurrando frases ininteligibles, se desliza entre los oídos, transformando todas las palabras en insípidos murmullos, en lejanas melodías infantiles. Es pegajoso, pero si se presenta cuando debe, se vuelve engatusador y trae consigo recuerdos olvidados, sabores y personajes imprevistos, los viajes más lejanos e incluso pronósticos insensatos. Si se duerme obedientemente, el sueño se queda a gusto entre las almohadas, se disuelve en duchas matutinas y se despide con un cariñoso hasta luego, porque, a pesar de todo, siempre vuelve.


Verónica Manrique, Quarta Liceo, 2019.

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