Común humano, sin fronteras ni lugar
El despertar, exorbitante en la monotonía de la mañana siempre en el mismo lecho. Concluye,
en fin, en el designio de levantarse, pero el mismo conlleva al conflicto entre empezar el día
dentro de las sábanas o al lado de las mismas, sentado frente a la pantalla que antes era
germen en mi concentración y ahora se vuelve fuente primordial para el reencuentro con la
academia. “¿Reencuentro?” retumba en mí la hipocresía de la formalidad en momentos de
cuarentena y se irrumpe mi concentración, emigra a la intranquilidad de entender cómo se
torna al encuentro en tan endeble veracidad del presente de cada individuo que influye en mi
realidad. Para este encuentro debe brotar ‘algo’ que se provoque de la unión, pero ¿qué puede unir en la distancia? esta interrogante puede ser útil también sin el ambiente en el que
converge el meollo de estos tiempos, la distancia, pues sería inverosímil dar un alegato que
dé fin al sentimiento de perdición en el que es tan fácil recaer ahora y que después fuera
inane, precisamente cercenaría la cuestión a ¿que nos une? así pues mi juicio podría
anteponerse al problema de la distancia y ser real tanto dentro como fuera de la casa. Me
gustaría acotar una frase que redunda tanta esperanza como poesía; la distancia al cielo es
afín en cada hombre, sin importar el lugar donde se encuentre. Puesto que la provocación
humana no sosiega en tiempos de cuarentena y es la embocadura que se mantiene sin
importar el distanciamiento entre nosotros.

Juan Andrés Castro, Terza Liceo, 2020
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